(A continuación, se publica la introducción de un trabajo orientado a recoger la experiencia de un ciudadano rapanui radicado en la capital, utilizando como metodología la oralidad).
Introducción
Cuando la
historia avanza y deja sus huellas, indudablemente que en los grandes
hombres, aquéllos que sobresalieron en
los momentos más importantes de cada época, recae la atención del estudio por
quienes nos dedicamos a esta disciplina. Pero, además, ellos llenan también la
memoria colectiva de las generaciones, envolviéndose en mitificaciones,
aglutinando defensores y detractores de sus obras, y son puestos en enaltecidos
panteones o terminan engrosando una extensa lista de infames personajes.
Sin
embargo, delimitar el transcurso de la historia a las acciones de
particularidades resulta, a estas alturas, lisa y llanamente un ejercicio de
ceguera intelectual que termina por quitar más que agregar conocimiento que
contribuya a la comprensión de cierto fenómeno. Hacer uso de una idolatría
hacia los héroes y villanos y centrar toda nuestra atención sobre los hombres
más importantes, nos llevaría a dejar de lado dos aristas que nos aportan un
conjunto valiosísimo de elementos históricos: por una parte, estamos olvidando
que detrás de estos grandes hombres, muchas veces hubo un movimiento social
–entendido esto como la participación de un sector social tras un proyecto- que
formó parte activa de una coyuntura histórica, y que contribuyó a darle vida; y,
desde otra vereda, no volvemos la mirada hacia los actores pasivos de la
historia, aquellos que sufren más directamente que nadie los efectos de una
crisis económica o una guerra fronteriza, pero a quienes no se les dedican
páginas de textos escolares o manuales históricos.
Por
esta razón, quienes pensamos que un hombre común y corriente tiene siempre algo
que aportar sobre lo sucedido en cierta época, o que ésta puede perfectamente
ser representada, de manera indirecta, por la experiencia de un individuo, la
historia oral se nos presenta como una herramienta de profunda relevancia y
efectividad, puesto que
La
historia son las memorias y recuerdos de la gente viva sobre su pasado. Como
tal, está sometida a todas las vaguedades y debilidades de la memoria humana;
no obstante, en este punto no es considerablemente diferente de la historia
como un todo, que con frecuencia es distorsionada, subjetiva y vista a través
del cristal de la experiencia contemporánea. Los materiales de la historia oral
son la materia prima del academicismo histórico –la historia como sus fuentes
primarias, con todas sus facetas e inconsistencias. Abundante en triunfos y
tragedias personales, es una historia de la persona común, de quienes no
aparecen en los documentos, pero que son capaces de hablar articuladamente[1].
Efectivamente, la historiografía
tradicional es imprescindible para el conocimiento correcto de fechas o nombres
transcendentes en la historia. Pero poco pueden aportar a la hora de
identificar conductas cotidianas que representen una época. Modos de convivencia,
representaciones individuales o grupales de ciertos elementos, de la misma
forma que reacciones frente a determinados procesos que afectan o determinan a
la sociedad, difícilmente pueden ser captados por los historiadores en archivos
institucionales o documentos políticos o militares. La sensibilidad y emoción,
parte fundamental del hombre, que es al fin y al cabo el protagonista
histórico, se capta mejor que nunca cuando se utiliza la historia oral en su
estudio; a esto se refiere Sitton cuando habla sobre lo deficientes que
resultan los textos “al transmitir la sensación de ‘vivir’ los eventos del
pasado”[2].
La historia oral, que comenzó a
utilizarse como herramienta metodológica para crear un documento histórico
sustituto a la carta privada y otros registros de importantes personalidades
contemporáneas, “pronto empezó a conducir a los historiadores en direcciones
diferentes. Una de éstas condujo a un renovado interés en la historia de las
clases, los enclaves étnicos y los grupos de ocupación en la sociedad
estadounidense”[3].
En este escenario, cabe explicar que
el objetivo de este trabajo apunta a representar, a través del testimonio de
vida de un rapanui residente en Santiago de Chile, la problemática que está
detrás del abandono de la tierra natal, por razones que variarán en cada
individuo, para llegar a la capital. Supone esto una problemática, por lo
disímil de las realidades que ofrecen ambos puntos geográficos; la apacibilidad
y lo colectivo de la vida rapanui se contrapone notoriamente con el
individualismo y la rapidez que caracterizan a las grandes urbes. Lo
interesante será observar la forma en que este cambio, que trasciende lo físico
y tiene connotaciones también culturales,
afecta la identidad de nuestro personaje y termina por modificar la
relación que éste tiene con su lado rapanui y su lado “continental”. Por otra
parte, a partir de su relato trataremos de recrear ciertos aspectos
significativos de la historia de Isla de Pascua, ejercicio que puede
resultarnos de un profundo valor por tratarse del reflejo de la conciencia
histórica que un rapanui tiene del pasado de su comunidad, lo que puede
llevarnos a datos o conclusiones que no necesariamente se condigan con la
construcción bibliográfica de ésta.
De lo anterior, asoman dos cuestiones
que merecen una explicación previa. La primera dice relación con la importancia
de estudio que pueda tener la experiencia particular de nuestro entrevistado. Y
aunque en los párrafos anteriores se hizo hincapié en el valor histórico que
puede tener un hombre común y corriente para graficar los efectos concretos de
un hecho determinado o un proceso de largo alcance, no deja de ser menester
señalar que, en el caso de este rapanui, nos encontramos claramente ante un
proceso de gran relevancia –como es el de abandono de la tierra natal y el
posterior conflicto cultural que eso lleva- que no encuentra mayor
representación que en alguien que lo ha vivido. Como señala el historiador
catalán Juan José Pujadas, "en los
estudios sobre cambio cultural, la dimensión individual es muy importante, pues
se trata de profundizar en el impacto que sobre la vida cotidiana de los
individuos tienen las progresivas modificaciones a nivel de estructura”[4]. Pero no es sólo
a la cotidianidad a lo que apunta este método, sino que “también se adentra en los vericuetos de los <<momentos
críticos>> de la vida del personaje, de sus frustraciones de infancia… de
sus crisis de identidad individual y social, de su dificultosa aclimatación a
la vida escolar, de las muertes de sus familiares y personas queridas”[5].
Por otro lado, la segunda cuestión
está relacionada con la validez que tenga, en cuanto a la veracidad del pasado
de la Isla de Pascua, el testimonio que nos pueda entregar el entrevistado,
problema que puede presentar mayor consideración en un joven de 24 año, como es
nuestro caso. Sin embargo, dejamos de manifiesto que la historia oral, en
ningún caso, resulta una complicación para este ejercicio de construcción
histórica. Como señala, nuevamente, Sitton:
La
afirmación de que no se puede confiar en la memoria humana ha sido expuesta
como falsa por investigaciones de grupos de personas de todo el mundo, las que
tienen una marcada propensión a retener las verdades históricas durante mucho
tiempo. Los etnohistoriadores han demostrado la veracidad de la historia
comunicada oralmente entre los indios de Norteamérica, los africanos y los
grupos del sur de Asia, cuyas culturas son abrumadoramente orales y abundan en
antiguas tradiciones…[6]
En
efecto, en una cultura como la rapanui, que al igual que la mayoría de las
indígenas posee un patrimonio histórico de carácter oral y memorial, el pasado
solamente se conserva en a través de la palabra, y en menor grado en
representaciones icónicas. Deslegitimar la validez de la tradición oral de un
rapanui como material histórico, sería desmerecer también la labor de
importantes hombres que merecen el total respeto por parte de este pueblo, como
el caso del padre Sebastian Englert o el compositor e investigador Ramón
Campbell, que basaron sus trascendentales obras sobre la historia y cultura de
Isla de Pascua, en gran medida, a través de esta metodología. Desconocer la
validez que el traspaso de historias, leyendas o cuentos, de generación en
generación tiene en un pueblo como el Rapanui, sería volver a lo más primitivo
del dogmatismo positivista decimonónico, que reconocía la verdad solamente en
lo empíricamente comprobable.
Por
esta razón, el relato de Fernando Vargas Pakarati, conocido como Kava Kava
desde la infancia en su Isla de Pascua, nos ofrece un testimonio de vida con
una riqueza notable, llena de anécdotas y datos fascinantes de la cultura
rapanui, que sólo pueden encontrarse en lo más recóndito de la experiencia de
cada uno de los pascuenses. Solamente testimonios tan personales, como los que
se encontrarán en este trabajo, nos podrán llevar a entender el conflicto que
supone en un ser humano abandonar el lugar de origen, a la familia y a los
amigos, donde jugó y creció, para llegar a una ciudad capital, con estructuras
y elementos que representan un cambio radical con una isla tan natural y
sencilla como lo era la Isla de Pascua a fines del siglo XX.
Kava Kava
Pakarati
A
fines de la década de 1970, Fernando Ubiergo compuso Ana Ariki, canción que narraba la historia de una mujer rapanui
que, “en una noche sin estrellas”,
abandona la Isla de Pascua sin que nadie supiera su rumbo. Sólo dejó a su amado
una frase que tiñe la esperanza de incertidumbre: “Espera, volveré…algún día volveré”. Esta misma frase refleja, más
que cualquier otra expresión, el sentimiento que Fernando “Kava Kava” Vargas Pakarati tuvo durante cuatro años de su
infancia.
Nacido
en Isla de Pascua el 27 de diciembre de 1985, Kava Kava tuvo que abandonar este
lugar a muy temprana edad. Hijo de un santiaguino, Rodrigo Vargas, y de una
rapanui, Valeria Pakarati, sufre las consecuencias de una ruptura matrimonial
superada tardíamente. A los diez años, su padre trae a su hermana y a él a vivir
al continente, lo más alejado de su madre. Viven un tiempo en Arica, para luego
venir a instalarse definitivamente a la capital, a la casa de sus abuelos
paternos. Siendo aún un niño, rápidamente observa diferencias propias a dos
estilos de vida diferentes: los juegos, la ropa, la forma del trato, etc. Es
por esto que la relación con su tierra de origen no desaparece, por muy corta
que sea su edad, y durante cuatro años insiste constantemente en viajar a la
Isla a reencontrarse con los suyos, sobre todo con su madre. Pero la postura de
su padre, afectado por el quiebre de su matrimonio, fue siempre la misma: no.
Sin
embargo, el vínculo con su madre y con la Isla siempre estuvo ahí, presente en
pequeñas cosas que la decisión de su padre no logró borrar. Valeria venía de
vez en cuando al continente, instancias en las que veía a sus hijos y trataba
de recuperar el tiempo que se había perdido. Así, mientras la hija menor,
Javiera, reproducía la misma postura que su padre y se mostraba lejana a ella,
Kava Kava se reencontraba con su infancia, con el cariño de una madre, y
también aprovechaba de visitar junto a su madre a otros isleños residentes en
la capital. De esta manera, nuestro personaje revivía cada cierto tiempo su
pasado reciente, sus costumbres y sus lazos de pertenencia, situaciones que
fueron la antesala para la posterior consolidación de su identidad rapanui.
Así
vivió hasta los catorce años, edad en la que encontró la complicidad de sus
abuelos santiaguinos para cumplir un sueño que tuvo desde el primer momento que
piso tierra continental: volver a la Isla, aunque fuese por un tiempo. Su
abuelo, luego de hacer todos los trámites correspondientes en la Fuerza Aérea,
logró que su nieto tomara un asiento en un avión que llevaba a jóvenes
pascuenses que estudiaran en el continente. Cuando su padre se enteró del viaje
que haría Kava Kava, éste ya estaba volando, y, de ahí en adelante, viajar a la
Isla durante todo el periodo estival se convirtió en algo insustituible para
este adolecente. Volvió a ver a sus tíos, sus primos y sus amigos. Se
reencontró con el mar y con el espacio de reunión social que esto representa
para los isleños, y también con una infinidad de otros elementos propios de
idiosincrasia que son expuestos por él mismo en este trabajo.
Actualmente,
Kava Kava trabaja hace tres años en LAN Chile, luego de haber estudiado Turismo
con mención en Tráfico y carga aérea en el DUOC, profesión con la que espera
contribuir en un futuro al desarrollo de la zona. El vínculo que tiene con la
Isla de Pascua está totalmente consolidado, al igual que si identidad, la que
no tiene ningún problema en definirla como rapanui. Además, muestra una postura
muy a favor de una mayor autonomía de la Isla con respecto al gobierno chileno,
lo que no apunta precisamente a una independencia, sino que más bien se refiere
a que la gobernación y el desarrollo económico de ella sería mucho más
eficiente si estuviese en manos de los propios rapanui. De hecho, su madre
forma parte de un movimiento político y social dentro de la Isla para promover
una mayor autonomía. Ya no puede viajar a mediados de diciembre y volver a
Santiago la primera semana de marzo, como lo hacía en su época de estudiante,
porque el tiempo libre que le otorga su trabajo debe destinarlo en periodos de
tres o cuatro días libres. Sin embargo, la misma empresa le otorga pasajes a
muy bajo costo, lo que aprovecha para viajar constantemente a la Isla, durante
todo el año, como cualquier chileno que se traslada de una región a otra en
menos de cuatro horas. Para Kava Kava, Rapanui está más presente que nunca.
Nicolás Zeballos Fernández, "Kava Kava Pakarati: experiencia de un rapanui en la capital".
No publicado.
[1]
Sitton, Thad y otros. Historia Oral. Una guía para profesores (y otras personas).
4ta. Edición. Fondo de Cultura Económica, 2005. Pág. 12.
[2] Ibíd. 21.
[3] Ibíd. 13
[4] Pujadas, Juan José. “El método biográfico: el uso de historias de vida en ciencias sociales” . 2ª Edición,
Madrid, 2002. Pág. 24
[5] Ibíd. 21
[6] Ibíd. 16
Ok. Muy bien. Les falta comentar en blogs de compañeros y listo. Nos vemos el miércoles.
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